El Puente de San Martín

De Eugenio Narvona

Toledo, fundado sobre montes, tiene por foso el río Tajo, que casi le cerca todo, cuyas riberas por la parte del mediodía y occidente son peñas y riscos asperísimos. Por esta parte del occidente tuvo un puente, construcción antigua de los romanos, que se arruinó y deshizo con una avenida que acaeció en el año de 1211, según los Anales de Toledo testifican.

La ciudad, cogiendo el sitio algo más alto, reedificó nuevo puente más fuerte, al fin tal que asegurara de los daños que deshicieron el antiguo. Es el puente de tres arcos; el de en medio, que tiene de un pilar a otro ciento y cuarenta pies de hueco y de alto noventa y cinco, por donde siempre cabe toda la madre del río, con ser tan caudalosa.

Fúndase de un risco a otro sobre cepas gruesísimas, en que cargan dos torres muy fuertes, que son puertas a la una y otra parte del campo y de la ciudad.

Este puente, pues, contra quien el tiempo pareció flaco conquistador, recibió daño de los mismos que le hicieron fabricar; y lo que por comodidad se hizo, por seguridad se volvió a deshacer. Porque en los tiempos de las contiendas del rey don Pedro y su hermano, el conde Don Enrique, Toledo, siempre de leal a sus reyes, se conservó también entonces obediente a su rey; y en aquella coyuntura, llegando a sitiar la ciudad el conde Don Enrique con pujante ejército, temerosos los de la ciudad que rompiese las puertas del puente de San Martín y entrase en la ciudad, para asegurarse de este peligro, cortaron el arco mayor del puente, eligiendo padecer incomodidades antes que faltar en la fidelidad a su rey y señor.

El daño de esta ruina perseveró hasta que don Pedro Tenorio fue arzobispo de Toledo, que, como tal y con afición de ciudadano, reparó el puente, haciendo fabricar el arco mayor y acabar las torres que aún no estaban en su perfección, con gran costa de su hacienda pero con mayor gloria de su nombre.

Quede memoria de un suceso acaecido en esta ocasión, que aunque parezca de poca importancia, le juzgo digno de no olvidarse, en que se conocerá el ingenio de una mujer de Toledo y la generosidad y benevolencia del Arzobispo.

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Estaba por cuenta de un artífice178 la fábrica y costa del arco del puente. Y, como el que más sabe en cualquier arte esté a peligro de errar en él, acaeció que habiendo hecho las cimbrias sobre que fundar el arco, a grande costa y con mucho peligro, por ser de la altura y grueso referida, y sobre el agua, habiéndose edificado los pilares y lo más del arco, al juntar la clave se reconoció haberse hecho las cimbrias mal medidas y mal ajustadas, con que era forzoso que, acabado el edificio, viniese en ruina cuando las cimbrias se quitasen.

Afligido grandemente el artífice al conocer el yerro y ver el daño forzoso que se le seguía de él, y desconsolado de remedio que le asegurase el quedar perdido y desacreditado, determinó dejar la ciudad. Y habiendo dado cuenta a su mujer de esta determinación, cohortó al marido y le ofreció remedio. Pensóle notable; y fue que, con solo una criada, en el silencio de la noche, prevenida de lumbre y de materiales para su intento convenientes, fue al puente y prendió fuego en la madera de las cimbrias. Y respecto del sitio y de la hora, ya encendidas, no pudieron socorrerse y así del todo se quemaron, cayendo también parte del edificio que no estaba a regla ni en justa proporción, levantando el día siguiente muchas lástimas del suceso, que obligaron a piedad al arzobispo. De suerte que mandó que, por su cuenta, se volviesen a hacer las cimbrias y continuar el edificio, el cual fue acabado con mucha perfección, como hoy persevera.

Obligó el escrúpulo de lo hecho a dar cuenta la mujer al arzobispo de todo lo sucedido, y cómo por conservar la fama de su marido y, fiada en la magnanimidad de tan gran prelado, se había animado a tal intento. Alabóle el arzobispo, perdonó el daño y con mercedes particulares honró y acomodó mujer tan advertida.

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Hay quien dice que para perpetuar en la memoria este hecho, que muy bien podía servir de ejemplo a las mujeres honradas, hizo don Pedro Tenorio poner en piedra la imagen de la protagonista de aquel drama, en un nicho mandado abrir con este objeto sobre la clave del arco central, donde aún hoy día perdura.

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Reinando Don Felipe II, rey de España, se hicieron algunos reparos y lucimientos en las puertas y puentes de Toledo. Y en esta de San Martín se puso en un nicho una excelentísima estatua de mármol, imagen de San Julián, arzobispo y patrón de Toledo, obra de Juan Bautista Monegro, natural de Toledo, excelentísimo estatuario.

Debajo del nicho, en una losa de mármol blanco, se puso esta inscripción, que hizo el doctísimo maestro Alvar Gómez de Castro.

Leyenda extraída del libro “Antología selecta de leyendas toledanas” por Juan Manuel Magán García

 

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