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Monasterio San Pedro Mártir

La génesis de San Pedro Mártir

La historia de San Pedro Mártir no puede disociarse de la historia de la Orden de Santo Domingo, su propietaria hasta el siglo XIX, pues los Dominicos, con su inquietud, promovieron la majestuosidad que todavía es apreciable en el monumento.

Los Dominicos estaban asentados en Toledo en torno al año 1209, pero no será hasta 1230 cuando el rey Fernando III les garantice sus propias dependencias, ubicadas en una de las fértiles riberas del Tajo, bajo la sombra de la ciudad. Nacería así el Real Monasterio de San Pablo.

Durante los siglos XIII y XIV, el papel de la Orden dominica en Castilla fue creciendo exponencialmente. Sin embargo, en el caso de Toledo –por aquel entonces una ciudad que estaba solidificando su posición preeminente en el Reino- los Dominicos veían lastradas sus posibilidades a causa su remota ubicación, ya que ésta les impedía participar de la vida y la economía de la urbe con fluidez. Arguyendo problemas de salubridad provocados por la humedad que dimanaba del río, el dilema se resolverá en 1407, cuando les son donadas unas casas sitas frente al Real Monasterio de San Clemente, en el corazón de Toledo. Desde ese momento hasta finales del siglo XV, los monjes no cejarán en su empeño de adaptar las estancias a las exigencias de la vida monacal, erigiendo su iglesia y reaprovechando algunas estancias de lo que posiblemente habían sido grandes palacios señoriales de corte mudéjar, esto explica los vestigios que aún son perceptibles en el interior de San Pedro Mártir, por ejemplo, en los claustros.

La consagración

Si los Dominicos ya gozaban del patrocinio real y nobiliario, a finales del periodo bajomedieval concurren dos eventos que vendrían a cristalizar el poder del Monasterio. Hablamos de la instauración de una imprenta cuya competencia era emitir las bulas y el traslado del Tribunal del Santo Oficio (1485) a las dependencias monásticas. Acoger las labores derivadas de estas actividades limitó espacialmente el edifico. La solución se busca en la anexión de los solares adyacentes –incluida alguna vía pública-, un fenómeno que, por cierto, no era ajeno al núcleo urbano de Toledo, dado que el resto de órdenes mendicantes venían haciendo lo propio.

El establecimiento de la Corte Imperial bajo el reinado de Carlos V tuvo rápidos efectos en Toledo. Los espacios civiles y sagrados experimentaron toda una suerte de transformaciones estéticas inspiradas en el gusto clásico. Si una depuración radical del urbanismo islámico y del estilo mudéjar imperante era imposible, lo cierto es que se llegaron a ejecutar grandes proyectos de corte renacentista, sea el caso del Alcázar, el Hospital de Santa Cruz o el Hospital de Tavera. En este contexto, los Dominicos de San Pedro Mártir, que habían heredado de la Edad Media un complejo heterogéneo de asimétricas proporciones, no permanecieron ociosos. Durante el siglo XVI y principios del siglo XVII se ejecutan las grandes obras arquitectónicas que hoy embellecen el lugar, nos referimos al Claustro del Silencio, al Claustro Real y al templo conventual, en el que intervinieron insignes representantes de la arquitectura clásica española como Alonso de Covarrubias, Nicolás de Vergara “el Mozo” o Juan Bautista Monegros.

El declive del Monasterio

La pujanza de Toledo se verá reprimida por el declive en el que se sumerge la ciudad con ocasión del traslado de la Corte a Madrid. Las consecuencias de la decisión de Felipe II coadyuvaron al incremento de la cada vez más asentada población religiosa y al papel que ésta desempeñó en la urbe hasta transformarla en una “ciudad-convento”. El Monasterio de San Pedro Mártir no vivió ajeno a estos hechos, su degradación no fue efectiva gracias a la poderosa fuente de riqueza que representaba su imprenta (activa hasta el siglo XIX), por lo que continuó con su proceso de expansión hacia los espacios colindantes que todavía no habían entrado dentro de su órbita.

Esta situación de estabilidad se quebrará durante el siglo XVIII, en el que el Monasterio atravesará una fuerte crisis, atenuada durante un breve decenio (1789-1799) por la cesión de algunas dependencias monásticas a la Real y Pontificia Universidad de Toledo.

Durante la Guerra de Independencia, el Monasterio es ocupado por tropas francesas, hecho que inspiró la leyenda de “El Beso” de Gustavo Adolfo Bécquer. Y no pasarán muchos años hasta que la Orden dominica sea expulsada del lugar, con la Desamortización de 1835. El usufructo del complejo recae en el Ministerio de la Guerra, quien cede parte de las dependencias al recién creado Museo Arqueológico Regional y Panteón de Toledanos Ilustres, un hito dentro de la historia de la museología española -evocado por Palma Martínez Burgos en un prolijo estudio- que ha dejado como huella algunos de los majestuosos sepulcros que, como el de Garcilaso de la Vega, aún adornan el templo.

Finalmente, en 1846 el edificio se entrega a la Diputación de Toledo, quien ubica allí las diferentes instituciones provinciales de Beneficencia, uso que se prolongará hasta finales del siglo pasado. Entre tanto, la desidia había instalado su reino en el lugar, convirtiéndolo en una ruina romántica azotada por el inclemente paso del tiempo.

El edificio hoy

En 1984 el Ministerio del Interior, conocedor de la ruina que asolaba el antiguo Monasterio de San Pedro Mártir, emprendió una ambiciosa restauración con objeto de usar las dependencias como sede del Gobierno de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. La idea original no llegará a hacerse efectiva, pues en 1993 el Ministerio del Interior cede el complejo al entonces Ministerio de Educación, quien deposita el testigo en la Universidad de Castilla-La Mancha.

San Pedro Mártir se transforma desde entonces en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, un entorno cosmopolita en el que el mundo universitario convive en armonía con  la historia, el arte y la arqueología del emplazamiento.

Estilo artístico: Mudéjar, Renacentista y Barroco
Bien de Interés Cultural, Patrimonio Histórico de España en el 1997

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