El Santo Niño de la Guardia

De Francisco de Pisa

No será fuera de propósito referir en este lugar uno de los acaecimientos y atroces maleficios que hicieron los judíos, pocos años antes que los Reyes Católicos desterrasen esta gente de sus reinos, por donde se echará de ver el daño que hacían.

Es un ejemplo de extraña crueldad e impiedad el que los judíos usaron en un niño inocente, el cual, por haber sido natural de esta ciudad, redundará en gloria de ella. Y el niño se podrá contar por uno de los santos de Toledo.

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Pues, según consta de un testimonio de tres secretarios que se hallaron juntos en Toledo en el año de mil y cuatrocientos y noventa, un judío vecino de Quintanar y otros cristianos nuevamente convertidos naturales del mismo lugar y de La Guardia y Tembleque, hablando entre sí con gran dolor del mucho daño que les podía acarrear el Santo Oficio de la Inquisición, con grande rabia dijo el judío de Quintanar a los otros que él sabía un cierto hechizo que se hacía con el corazón de un niño y una hostia consagrada, para que, echando lo uno y lo otro en los ríos y fuentes, los que bebiesen perdiesen el juicio y la vida; y, de esta suerte, los inquisidores y los otros cristianos quedasen rabiando.

Y, después de largos tratos, procuraron echar mano un niño de hasta tres o cuatro años de edad, con intento de representar y renovar en él todos los tormentos de la pasión y muerte de Jesucristo, pretendiendo menospreciar la gloria de Cristo crucificado en la pasión de este niño, porque se pudiese decir que no era sólo Jesucristo en quien se cumplían las profecías, que también había otros. A esta causa le buscaron que fuese niño inocente, por poder decir que se cumplía la profecía de Isaías, que era como un cordero manso llevado al matadero, que no abrió su boca.

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Este niño, al tiempo que le hallaron y hurtaron se llamaba Juan, hijo de Alfonso de Pasamontes, y su madre se decía Juana la Guindera, vecinos de Toledo; y esta su madre pareció haber sido ciega y cobró después vista, al tiempo que su hijo padeció el martirio.

Hurtaron a este niño aquellos judíos, y en especial se atribuye este hurto a un Juan Franco, que le halló y llevó de la puerta del Perdón de la catedral, siendo día de la Asunción de la Virgen, por el mes de agosto, en que acude y concurre a este grandioso templo mucha gente de las aldeas comarcanas.

Después, aquellos malvados judíos cambiaron el nombre a este niño, llamándole Cristóbal, para que en alguna manera tuviese el nombre de Cristo y se asemejase a él; como también a su madre la llamaron María, y al que hizo oficio de juez le llamaron Pilato, y a otros de esta manera.

El que hurtó el niño dicen que fue el dicho Juan Franco, vecino de La Guardia; o a lo menos fue el que le trajo a su casa por engaño, donde parecía que le trataba con regalo exteriormente, aunque en secreto le azotaba y maltrataba.

Retrasóse por algún tiempo la ejecución de la muerte del niño, por consejo y acuerdo de los mismos judíos, esperando que llegase la llena de la luna del mes de marzo, que era su Pascua del Cordero y el tiempo en que padeció nuestro Redentor. Entonces se allegaron hasta diez u once de aquellos judíos en el campo, cerca de la villa de La Guardia, en una cueva que solía ser majada de pastores. Y allí encerrados, repartieron entre sí los oficios de los que habían de ejecutar aquella representación de la pasión del Hijo de Dios en el cuerpo del niño.

Hernando de Ribera, vecino de Tembleque, a quien dieron el oficio de Poncio Pilato, sentado en un tribunal, le mandó azotar; lo que ejecutaron los que hacían oficio de verdugos. Pusiéronle después una corona de espinas en la cabeza, y, finalmente, fue sentenciado a morir en la cruz, en un cerro que imitaba al Calvario. Claváronle los pies y las manos; uno de ellos abrió con un cuchillo el costado del inocente; y después de abierto, le sacó el corazón. Luego, el niño inocente espiró en la cruz, dando su espíritu al Señor.

Lleváronle a enterrar como un cuarto de legua, junto a una iglesia llamada Santa María de Pera. Y en el mismo lugar en que hicieron el hoyo y sepulcro se edificó después una devota ermita.

El bendito cuerpo no pareció, ni tampoco el corazón, ni se ha podido hallar, por lo cual piadosamente se cree que Jesucristo Nuestro Señor le resucitó al tercero día y le llevó consigo al cielo.

La previsión de estos malos hombres era de hacer el hechizo que pretendían con el corazón del niño y con una hostia consagrada, lo cual no hubo efecto. Antes, por voluntad de Dios, fueron descubiertos estos delitos y castigados los que lo trataban por el Santo Oficio de la Inquisición, que a la sazón residía en la ciudad de Ávila, por estar apestada la de Toledo.

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De esta historia se puede entender con cuán justas causas se movieron los Reyes Católicos a desterrar de estos reinos esta gente tan escandalosa y perjudicial, en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos, que fue dos años después de este hecho.

Leyenda extraída del libro “Antología selecta de leyendas toledanas” por Juan Manuel Magán García

 

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