El Cristo de la Luz

De Francisco de Pisa

Don Alfonso, Sexto de este nombre entre los reyes de León y Tercero rey de Castilla, sucedió al rey Don Sancho el Valiente, su hermano, en el año de mil y setenta y tres del nacimiento de Cristo. Fue llamado por sobrenombre el Bravo, por ser diestro y esforzado en la guerra, y aún por ser de fuerte ánimo y bravo contra los enemigos.

Siendo, pues, muerto el rey Don Sancho, la infanta Doña Urraca dio luego aviso al rey Don Alfonso, que estaba en Toledo, certificándole la muerte del rey su hermano y rogándole que apresurase su venida a tomar la posesión de los reinos que por derecho le pertenecían, por haber sucedido la muerte del rey don Sancho sin hijos y ser el hermano mayor.

Luego, partieron mensajeros para Toledo con estas nuevas; y escriben las crónicas que estando don Pedro Ansúrez a una legua de Toledo paseando y tomando placer, topó con un mensajero de la Infanta Doña Urraca que venía para la ciudad, portador de aquellas nuevas. Con las cuales yendo al rey Don Alfonso, aconsejóle Ansúrez que partiera con todo silencio, porque el rey Almamun no le hiciese alguna molestia estorbándole la partida.

Mas el rey Don Alfonso, como príncipe prudente, conociendo que ya el rey Almamun era sabedor del negocio, le dio aviso de lo que pasaba, correspondiendo a la gratificación que le debía por el buen trato recibido; y le contó cómo Dios le había hecho rey de tantos reinos, demandándole licencia para ir a tomar la posesión de ellos.

Y el rey moro no sólo le dio licencia, mas aún dineros y otras cosa para allanar la tierra64, si alguna rebelión se le ofreciese; y por más le honrar le acompañó por algún buen espacio, habiéndole otra vez renovado el juramento que le tenía hecho de ser verdadero amigo, así suyo como de su hijo Issem, para no faltar jamás en la palabra que se daban.

Vino, pues, el rey Don Alfonso a la ciudad de Zamora, donde fue recibido y obedecido por rey de todos los reinos de los de León y Asturias y de los Gallegos y también de los Castellanos. Tenía a la sazón Don Alfonso treinta y siete años; era prudente y templado en el gobierno, y de muy noble condición.

El año siguiente después que el rey Don Alfonso comenzó a reinar, el rey moro de Córdoba movió guerra contra Almamun, rey de Toledo. El rey Don Alfonso en sabiéndolo, sin serle pedido, vino a ayudar con su ejército a Almamun; el cual temió a los principios, pensando que venía a hacerle daño, pero luego se desengañó, porque el rey Don Alfonso por sus mensajeros le aseguró que su venida era a cumplir lo que era obligado en su favor. Juntaron los dos sus gentes y ambos juntos entraron por la tierra del rey de Córdoba haciendo grandes daños y destrucciones. Y habiendo hecho esto, se volvieron a esta ciudad y el rey Don Alfonso a su reino, renovando primero otra vez el juramento de amistad que habían hecho.

Pasados algunos años después, murió el rey Almamun de Toledo, con quien el rey Don Alfonso había hecho alianzas, y sucedió en su lugar su hijo Issem, con el cual el rey Don Alfonso guardó su juramento de amistad. Después de la muerte de este rey Issem, que vivió poco tiempo, reinó en Toledo su hermano Yahía, hijo segundo de Almamun, con quien el rey Don Alfonso no había sellado pacto alguno.

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Luego que Yahía comenzó a reinar se mostró a los suyos bravo y cruel, oprimiéndoles con graves tributos y otros muchos daños e injusticias; y además de esto, era flaco y cobarde, inútil y dado a la lujuria. Y habiéndole avisado y aconsejado los que bien le querían que dejase de hacer aquellos males, porque de otra manera estaba en condición y peligro de perder el reino, no solamente no se enmendaba, mas aún lo hacía peor.

No pudiendo pues los moradores de esta ciudad sufrir su tiranía, algunos de ellos, mayormente de los cristianos mozárabes, escribieron al rey Don Alfonso secretamente, haciéndole saber lo que pasaba, trayéndole a la memoria lo mucho que era amado en esta ciudad y el aparejo que se ofrecía en aquella ocasión para cobrarla. Y que a esta ciudad, aunque parecía inexpugnable, la pusiese cerco para que ellos tuviesen ocasión para entregársela.

El rey Don Alfonso, habido consejo de los suyos como negocio tan arduo requería, dispuso pasar adelante y cercar la ciudad. Hizo llamamiento general de toda su gente y, juntando el ejército de todas las partes de su reino, entró en el reino de Toledo y llegó a poner su campamento muy cerca de la ciudad. Hizo alzar contra ella bastidas, mandrones y otros instrumentos de combatir, con que ponían gran temor a los de Toledo. Puso gran parte de su gente en las fortalezas de Canales y Olmos, y en otros lugares altos y ásperos que están alrededor de la ciudad, para que defendiesen la entrada a los de fuera y la salida a los de dentro, poniendo en práctica lo que dijo aquel moro al rey Almamun, oyéndolo el rey Don Alfonso cuando se hizo el dormido.

Duró el cerco y conquista de Toledo seis años. Los moros de la ciudad se entregaron finalmente al rey Don Alfonso, con cuatro condiciones. La primera, que el rey fuese en la ciudad recibido con los suyos y le fuesen entregadas las puertas y puentes y alcázar, con la Huerta que llaman del Rey. La segunda, que el rey Yahía pudiese ir libre a donde más quisiese con cuantos moros tuviesen por bien acompañarle. La tercera, que los moros que en la ciudad quisiesen permanecer quedasen libres y seguros, con sus casas y haciendas, sin más pagar tributos que los que solían dar a sus reyes. La cuarta, que se quedase para ellos la mezquita mayor, que es ahora la Santa Iglesia de Toledo, y fuesen juzgados por sus leyes.

Concluidos estos conciertos y jurados y firmados por el rey Don Alfonso estos capítulos de concordia, entró en la ciudad de Toledo con felicísimo triunfo y alegría de los suyos, en veinte y cinco del mes de mayo, día domingo, del año del Señor de mil y ochenta y cinco, después de haber estado la ciudad en poder de los moros trescientos y casi setenta años.

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Quienes guardan memoria de las antiguallas dignas de no caer en el olvido cuentan que un suceso portentoso acaeció, aquel glorioso domingo toledano que se contaron veinte y cinco días del mes de mayo del venturoso año de mil y ochenta y cinco. Para su perpetua memoria pintóse un cuadro, que por muchos años colgó de las paredes de la sacristía de la entonces apellidada iglesia del Cristo de la Cruz y Madre de Dios de la Luz, en nuestros días conocida por ermita del Cristo de la Luz, precisamente a cuenta de lo ocurrido en tan fausta jornada en que el rey Don Alfonso entró victorioso en Toledo.

El cuadro de marras, copia de otro más antiguo en opinión de personas autorizadas, dejaba entrever la escena del prodigioso suceso, en que se apercibía un rey con sus huestes que atravesaban la antigua puerta de Valmardón; y un punto más cerca de la ermita, un corcel rendido de hinojos en el suelo, en tanto que el caballero que lo montaba miraba extasiado a un Cristo y a una Virgen de talla semiescondidos en un su escondite, con una lámpara encendida a sus pies. Tenía el lienzo al pie una inscripción en letras góticas, algo desgastadas por la acción de las humedades y por la incuria de los tiempos, cuyo tenor es este que se sigue.

«En la pérdida de España, cuando la perdió el rey Don Rodrigo, que fue el tercero año de su reinado, que fue el setecientos y once del nacimiento de Cristo, temerosos los cristianos de los árabes y judíos no ultrajasen las reliquias santas de este santo Cristo de la Cruz y Madre de Dios de la Luz, y otras muchas reliquias, estas dos imágenes fueron guardadas y ocultas entre cuatro paredes, con una lámpara encendida, y con una esquela que decía el porqué y cuándo se ocultaron.

Fue Dios servido que el rey Don Alfonso el Sexto ganase a Toledo el día de San Urbán, a 25 de mayo de 1085. Entró en Toledo muy alegre, con mucha caballería; el Cid Ruy Díaz venía a su lado, y llegando a la puerta Agiliana, que estaba frontero de la iglesia de la Cruz, el caballo del Cid se arrodilló y vieron que se desmantelaron las dichas cuatro paredes, y vieron, ¡prodigioso caso!, al santo Cristo y Virgen de la Luz y (gracia del cielo) en todo el tiempo de la pérdida de España hasta que el rey Don Alfonso el Sexto ganó a Toledo, estando ardiendo la lámpara del Cristo hasta que se ganó Toledo. Y díjose en esta Cruz aquel día la primera misa y dejó el rey su escudo a la iglesia. Dios lo puede todo. Laus Deo.»

Leyenda extraída del libro “Antología selecta de leyendas toledanas” por Juan Manuel Magán García

 

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