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V Fundación Toledo

La V Fundación Toledo fue promovida por un rico mercader, Martín Ramírez, a quien la Madre Teresa describe como «hombre honrado y siervo de Dios, mercader, el cual nunca se quiso casar sino hacía una vida como muy católico, hombre de gran verdad y honestidad».

Este buen hombre tenía intención de dejar toda su fortuna, «allegada en trato lícito», para obras de beneficencia, sufragios y capellanías. Habiendo sido informado de la Reforma de la Madre Teresa, en su lecho de muerte le promete fundar un convento de Carmelitas Descalzas al P. Pablo Hernández, Jesuita confesor de la Madre el tiempo en que, en 1562, estuvo en Toledo y que la acompañó en la fundación de Malagón, Martín fallece el día 31 de octubre de 1568, dejando poderes para ejecutar dicho deseo a su hermano Alonso Alvarez Ramírez, a quien la Madre Teresa presenta como «harto discreto, temeroso de Dios; de mucha verdad, y limosnero, y llegado á toda razón; que de el que le he tratado mucho, como testigo de vista puedo decir esto con gran verdad». Estando la Madre Teresa en Valladolid recibe carta del P. Pablo Hernández comunicándola la muerte y propósitos de Martín Ramírez y que si podía aceptar la fundación «se diese prisa a venir». La Madre responde,superior de la Compañía en Toledo, y al padre Pablo Hernández y obligándose a cumplir lo que los documentos concertasen. A partir de este momento la madre no se quedó quieta, sino que comenzó a hacer gestiones para la fundación.

El 9 de Enero de 1569 escribe á Diego Ortiz, yerno de Alonso Álvarez, manifestando su deseo de ir cuanto antes a Toledo, aunque reconoce que no haber podio ir antes debido a sus problemas de salud.

De camino a Toledo

Por fin el 21 de febrero sale de Valladolid en dirección a Medina del Campo, donde se detiene una semana, y desde Medina a Avila, haciendo un pequeño desvió a Duruelo donde visita la primera fundación de los Descalzos. Llega a Duruelo muy de mañana, cuando fray Antonio de Jesús estaba barriendo la puerta de la Iglesia. «¿Qué es esto, Padre?», le pregunta la Madre, «¿qué se ha hecho de la honra?». A lo que contestó: «Yo maldigo el tiempo que la tuve». Antes de despedirse suplicó a aquellos tres primeros descalzos que moderasen su austeridad. En el mismo día parte para Avila, donde llega al atardecer. En Avila se detuvo unos días como había prometido a las monjas.

En Avila se organiza la expedición a Toledo, y ya que no puede acompañarla su fiel Julián de Avila, que hubo de quedarse debido a unas cuartanas, ocupa su lugar Gonzalo de Aranda. Iban con ella dos monjas, Isabel de Santo Domingo e Isabel de San Pablo.

Salieron de Avila el martes 22 de marzo de mañana, el camino que llevaron fue el del puerto del Boquerón, El Herradón, San Bartolomé de Pinares, El Tiemblo, donde dan por finalizada la primera jornada del camino. Al día siguiente, 23 de marzo, siguieron por San Martín de Valdeiglesias, Cadalso de los Vidrios, Escalona, Maqueda y Torrijos, donde vivían sus parientes, la familia de Isabel de Santo Domingo. El día 24, última jornada del viaje, parten de Torrijos y llegan a Toledo, hospedándose la Madre Teresa y sus monja en la casa de Doña Luisa de la Cerca, situada en el cerro más alto de Toledo: «Llegué á Toledo víspera de Nuestra Señora de la Encarnación y fuime á casa de la señora Dª. Luisa, fundadora de Malagón. Fui rescebida con gran alegría, porque es mucho lo que me quiere. Llevaba dos compañeras de San Joseph de Ávila, harto siervas de Dios. Diéronnos luego un aposento, como solía, adonde estábamos con el recogimiento que en un monasterio».

Todo son dificultades

Ya en Toledo comienzan las dificultades. La fundación tropezó con la oposición de los linajes de Toledo que no veían bien que la fundación fuese patrocina por gente, con dinero, como eran los mercaderes, pero sin linaje de sangre, pues no pertenecían a la rancia aristocracia: «Estando en el monesterio de Toledo y aconsejándome algunos que no diese el enterramiento a quien no fuese cavallero, dijome el Señor: mucho te desatinará, hija, si miras leyes del mundo; pon los ojos en mí, pobre y despreciado de él. ¿Por venturas eran los grandes del mundo, grandes delante de mí, o havéis vosotras de ser estimadas por linajes u por virtudes?». Hubo dificultades con Alonso Ramírez y Diego Ortiz, su yerno, debido a las condiciones que exigían para la fundación que iban contra «el retiro y el sosiego» de las monjas. Estas dificultades hizo que los 12.000 ducados dejados en el testamento por Martín Ramírez le fueran negados.

No encontraba residencia propia, ni tenía esperanza de encontrarla. Y aunque la Madre contaba con la licencia regia, preceptiva desde la Edad Media para fundar en Toledo, más difícil veía obtener la licencia del arzobispo, intentada ya desde Valladolid a través de doña Luisa de la Cerda y del canónigo Pedro Manrique. En esos momentos en Toledo, que estaba en sede vacante por la prisión, desde 1567, del arzobispo Carranza, ejercía de gobernador eclesiástico Gómez Tello Girón, quien, debido a sus prevenciones frente a la Madre Teresa, no estaba dispuesto a conceder la licencia para la fundación, en lo que se sentía apoyado por su Consejo. La misma doña Luisa, quien había fracasado en su gestiones ante el gobernador eclesiástico, abandonó la causa de Teresa. Ante este panorama, la Madre, «no sabía qué me hacer, porque no había venido a otra cosa, y veía que había de ser mucha nota irme sin fundar». A pesar de la oposición de los linajes, o el no encontrar casa propia, podía prescindir del dinero, lo más grave era el no poder obtener la licencia del gobernador eclesiástico: «Con todo, tenía más pena de no me dar la licencia que de todo lo demás, porque entendía que, tomada la posesión, nuestro Señor lo proveería, como había hecho en otras partes».

Entrevista con el gobernador eclesiástico

Llevaba ya dos meses y medio en Toledo y, al no encontraba más que dificultades para la fundación, decide entrevistarse personalmente con el gobernador eclesiástico. La entrevista tuvo lugar el 8 de mayo, cuarto domingo de Pascua: «Fuime a una iglesia que está junto con su casa y enviéle a suplicar que tuviera por bien hablarme». Y consiguió hablar con Gómez Tello Girón: » díjele que era recia cosa que hubiese mujeres que querían vivir en tanto rigor y perfección y encerramiento, y que los que no pasaban nada de esto, sino que se estaban en regalos, quisiesen estorbar obras de tanto servicio de nuestro Señor. Éstas y otras hartas cosas le dije, con una determinación grande que me daba el Señor», y sigue contando la madre que se «le movió el corazón, que, antes de que me quitase de con él, me dio la licencia». La Madre salio de aquella entrevista muy contenta: «me parecía ya lo tenía todo, sin tener nada, porque debían ser hasta tres o cuatro ducados lo que tenía». No había casa ni ajuar, pero con los pocos dineros que tenía compró dos lienzos: «porque ninguna cosa tenía de imagen para poner en el altar», y «dos jergones y una manta».

Un estudiante «nonada rico, sino harto pobre».

En medio de todas las dificultades encuentra un bienhechor en el mercader Alonso Avila, al que la Madre define como «amigo mío, que nunca se ha querido casar, ni entiende sino en hacer buenas obras con los presos de la cárcel y otras muchas obras buenas que hace», quien se ofrece a buscarla casa, pero cayó enfermo.

De momento tiene licencia, pero no había forma de encontrar casa, hasta que un día, estando en misa encomendando la fundación, se presentó un mancebo que venía de parte de Fray Martín de la Cruz, religioso franciscano, viejo y santo. El joven mancebo, un estudiante de aspecto nada distinguido, que estaba más para ser ayudado y procurarse de comer que para intentar ayudar a la Madre Teresa y sus monjas a conseguir una casa, se llamaba Alonso Andrade y la Madre la define como «nonada rico, sino harto pobre». El joven Andrada la promete que, en todo lo que pudiera, la ayudaría. A la madre y sus monjas les cayó en gracia el ofrecimiento del joven Andrada: «Yo se lo agradecí, y me cayó harto en gracia, y a mis compañeras más, ver el ayuda que el santo nos enviaba, porque su traje no era para tratar con descalzas». Y el joven mancebo cumplió con su palabra y encontró una casa alquilaba para la Madre Teresa: «Otro día de mañana estando en Misa en la Compañía de me vino a hablar y dijo que ya tenía la casa, que allí traía las llaves, que cerca estaba, que la podíamos ver».

La casa se encontraba en la calle de Santo Tomé, cerca de la iglesia de Nuestra Señora del Tránsito. Fueron a verla. A la Madre Teresa le agradaron la casa y, aunque estaba sin blanca, la alquiló junto con otra contigua, aunque para ello tuvo que pedir dinero prestado a una de las criadas de Doña Luisa. Para evitar contratiempos encargó al joven Andrada que tomase posesión de ellas cuanto antes, a lo que éste la prometió que al día siguiente estarían libres y a su disposición y que fueran llevando sus enseres. No eran muchos los en seres que tenían que trasportar. Todo el ajuar consistía en dos jergones de paja, una manta y un pedazo de bocací, dos lienzos, representando uno a Cristo caído bajo la Cruz y el otro pensativo, sentado en una piedra, y una campanilla. Con este ajuar, y acompañadas de un albañil, el viernes 13 de mayo, «a boca de noche», dejaron las casa de Doña Luisa y se trasladaron a las casas alquiladas.

La fundación

En medio de la noche hubo que prepararlo todo para que al amanecer se pudiese decir la misa y quedase asentada la fundación: «Con harto miedo mío anduvimos toda la noche aliñándolo, y no hubo adonde hacer la iglesia sino en una pieza, que la entrada era por otra casilla que estaba junto, que tenían unas mujeres, y su dueño también nos la había alquilado. Ya que lo tuvimos todo a punto que quería amanecer, y no habíamos osado decir nada a las mujeres porque no nos descubriesen, comenzamos a abrir la puerta, que era de un tabique, y salía a un patiecillo bien pequeño. Como ellas oyerongolpes, que estaban en la cama, levantáronse despavoridas. Harto tuvimos que hacer en aplacarlas; mas ya era a hora que luego se dijo la misa, y, aunque estuvieran recias, no nos hicieron daño; y, como vieron para lo que era, el Señor las aplacó».

Al amanecer, después del tañido de la pequeña campana, se celebró la primera misa oficiada por el padre Carmelita Juan Gutiérrez de la Magdalena, el «Magdaleno». A la misa asistieron, al margen de las monjas, Doña Luisa y algunas personas de su casa. Puesto el Santísimo se tomó posesión levantando acta del hecho por un escribano: «a 14 de mayo, día de San Bonifacio mártir». El convento fue dedicado a San José.

La madre Teresa hizo venir a la nueva fundación, para completar la comunidad, a cuatro monjas de la Encarnación de Avila: Catalina Yera, Juana Yera, Antonia del Aguila e Isabel Suárez, y dos de Malagón: Ana de Jesús e Isabel de San José.

La pobreza de la nueva fundación era tanta que no tenían «ni una seroja de leña para asar una sardina», y aquel año el mes de mayo fue frío en Toledo, así lo confirma la Madre Teresa al decirnos que «a las noches se pasaba algún frío que le hacía, aunque con la manta y las capas de sayal que traemos encima nos abrigábamos, que muchas veces nos aprovechan. Ella que era «enemiga de dar pesadumbre», no pide nada, se conforma con vivir pobremente, aunque se extraña que «estando en casa de aquella señora (doñá Luisa de la Cerda) que me quería tanto, entrar con tanta pobreza».

La inauguración del convento, que algunos deseaban fuese un fracaso, no acabo con los problemas. El Consejo, al enterarse de la inauguración del convento de Descalzas, desconociendo que tenía la licencia del Gobernador eclesiástico, se enfadó, dice la Madre que «estaban muy bravos», y no por otra razón, sino porque «una mujercilla, contra su voluntad, les hiciese un monasterio», y pidieron que se les mostrase la licencia del gobernador eclesiástico para llevar a cabo la fundación. Licencia por escrito no había, pues fue dada de palabra, la licencia llegó días más tarde. Mientras tanto el cabildo amenazó con pena de excomunión y prohibir decir misa hasta que no estuviesen los permisos en regla. La intervención del canónigo don Pedro Mexía, amigo de la Madre y del dominico Vicente Barrón, antiguo confesor de la Madre, sosegó la tempestad. También protestó la dueña de la casa porque nada se le había dicho de una iglesia, pero, ante una oferta de dinero, se calló: » Con parecerle que se la compraríamos bien, si nos contentaba, quiso el Señor que se aplacó».

Alonso Alvarez, hermano y albacea de Martín Ramírez, viendo las condiciones en que vivían las Descalzas, la devoción y estima que iban ganando entre la gente, reanudó las conversaciones rotas con la Madre. Y aunque en Toledo no todos veían bien que diesen el patronato a Alonso Ramírez, pues, aunque él y su hermano eran personas ricas, honradas y principales, no eran de la calidad que convenía para patronos del convento, y ya que los otros conventos de la ciudad tenían por patronos personas muy ilustres, pertenecientes a la aristocracia de la ciudad, no debía ser menos el de las descalzas. Todo esto hacia dudar a la Madre y a sus monjas, hasta que «el Señor me quiso dar luz en este caso, y así me dijo una vez cuán poco al caso harían delante del juicio de Dios estos linajes y estados, y me hizo una reprensión grande, porque daba oídos a los que me hablaban en esto, que no eran cosas para los que ya tenemos despreciado el mundo». Al fin llegó a un acuerdo con Alonso Alvarez, por el cual Francisca Ramírez, su hija y mujer de Diego Ortiz, obtenía el patronato sobre la capilla mayor con la obligación por parte de las monjas de tener en el plazo de diez años, preparada la capilla y consentir que los restos de Martín Rodríguez fuesen trasladados a dicha iglesia. A cambio los albaceas entregaron 5.800 ducados y fundaron ocho capellanías más en el monasterios de las descalzas.

Poco a poco aquel clima de pobreza extrema va desapareciendo: «duró poco, que luego nos fueron proveyendo más de lo que quisiéramos». Todo esto, que no estaba mal, fue causa de tristeza para la Madre y sus hijas: «Era tanta mi tristeza, que no me parecía sino como si tuviera muchas joyas de oro, y me las llevaran y dejaran pobre. Así sentía pena de que se nos iba acabando la pobreza, y mis compañeras lo mismo; que como las vi mustias, les pregunté qué habían, y me dijeron: Qué hemos de haber, madre: que ya no parece somos pobres».

Era el 28 de mayo, víspera Pentecostés cuando puede dar por terminada la fundación. La madre lo dejo escrito: «Aquella mañana, sentándonos en refitorio a comer, me dio tan gran consuelo de ver que ya no tenía qué hacer, y que aquella Pascua podía gozarme con Nuestro Señor algún rato, que casi no podía comer, según se sentía mi alma regalada».

En 1571 las descalzas dejaron las casas alquiladas y compraron otra en el barrio de San Nicolás que acomodaron para convento, el precio de la nueva casa fue de 12.000 ducados que pagaron con lo donados por los albaceas de Martín Rodríguez y la dote de dos novicias de familias acomodadas y de limosnas recibidas. En esta nueva casa las muchas capellanías, la frecuencia de misas, el concurso de los vecinos fue una ayuda para las monjas, pero con el tiempo fue causa de muchos inconvenientes para monjas que estaban a «mayor encerramiento», lo que las llevará a un nuevo traslado en 1594 a la casa de Alonso Franco, en las tendillas de Sancho Milla.

Luis J. F. Frontela

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