Ruy Gómez de Silva, 1516-1573, portugués de nacimiento, había venido á España, con sólo diez años, de paje o menino de la Emperatriz Isabel, esposa del Emperador Carlos. Habiéndose criado al lado del Príncipe Felipe, se había granjeado el afecto de éste, llegado a ser su amigo personal. Con el tiempo, y debido a la confianza del Rey, fue nombrado Consejero de Estado y Contador mayor de Castilla y recibió numerosos títulos: Príncipe de Eboli, Marqués de Diano, Duque de Estremera.
Ana de Mendoza, descendiente del gran Cardenal Mendoza y miembros de la casa de Medinaceli, no era desconocida para la Madre Teresa, se habían conocido en 1562 cuan do la Madre estuvo en Toledo consolando a Doña Luisa de la Cerca que había quedado viuda. Casada, en 1556, a los 16 años con el Príncipe Ruy Gómez, con quien tuvo diez hijos, de los cuales sobrevivieron solamente seis. Alguien la calificó como «joya engastada en los esmaltes de la naturaleza y la fortuna» (Antonio Pérez). Era altiva, dominante y voluntariosa, debido a su carácter, pero también a la educación recibida, «que se resiente de excesiva libertad, legando a ser criada mimada y consentida más de lo conveniente». Los documentos de la época hablan de la «recia condición, de sus devaneos y opiniones de mujer altiva; muy amiga de su voluntad, que nunca le tuvo sujeta, que no quiere sino lo que se le antoja con la mayor libertad y enojos y dichos que nunca creo que ha tenido mujer de su calidad y ninguna enmienda de ello, que «su marido (el Príncipe de Eboli) cubrió mil faltas de ella, de furiosa y terrible».
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La Villa de Pastrana
Pastrana, por donde pasaba la Cañada Real Soriana, estaba alejada de los caminos más importantes que por entonces vertebraban el territorio hispano. En torno a la Villa se establecerá el dominio de los príncipes, a quienes, en 1572, Felipe II concedió el ducado de Pastrana. Este dominio es, fue en parte heredado por Ana de Mendoza, y en parte acrecentado por Ruy Gómez de Silva, que compró la villa de Pastrana, en 1569, a Iñigo de Mendoza y la Cerda. El príncipe se preocupó de la agricultura, y es que Pastrana, cuyo casco urbano está en un altozano, tiene su término municipal situado en una zona de «mucha frescura de huerta, valles y vegas», la vega formada por los ríos Tajo, «grande y caudaloso», y el Artes, «es pequeño, y se llama agora arroyo de la Vega». En un informe del ayuntamiento de la Villa de 1576 se dice que «cógense muchas frutas, ansí de manzanas, peras de diversos tenores, e guindas, cerezas, nuez, granadas, ciruela, membrillo, serba, higo e otras diferentes maneras de frutas». Introdujo nuevas industrias, para las cuales hizo venir oficiales de Flandes y de Milán. A raíz del levantamiento morisco de las Alpujarras el príncipe asentó en Pastrana numerosas familias moriscas que levantará un barrio extramuros de la villa al que dieron el nombre de Albaicin e introdujeron en la villa la industria de la seda y tejidos de oro. Para incentivar el comercio en la zona estableció una feria anual en el mes de mayo. Construyó hospitales para los enfermos y menesterosos. Logró elevar a Colegiata la parroquia de Santa María de la Asunción, creando 48 prebendas para los numeroso clérigos que la asistían. «En esta villa hay más de mil casas, en que hay más de mil y doscientos vecinos, que fue muy menor antes de agora, ansí en tiempo en que fue aldea como después; ha ido creciendo por la fertilidad de la tierra y sus buenos mantenimientos y tierras sanas y por el buen trato de la gente de ella; é de cinco años á esta parte ha venido copia de moriscos y oficiales milaneses y de otras partes anejos al trato de la seda y tejidos de oro; y cada día se va aumentando».
Fundación de las Monjas Carmelitas Descalzas
La fundación de Pastrana no entraba de momento en los planes de la Madre Teresa, ella nos cuenta que estando en Toledo, acabando de asentar la fundación de esta ciudad «me vienen á decir que está allí un criado de la Princesa de Éboli, mujer de Ruy Gómez de Silva. Yo fui allá, y era que enviaba por mí, porque había mucho que estaba tratado entre ella y mí de fundar un Monasterio en Pastrana; yo no pensé que fuera tan presto». La princesa al invitar a la Madre Teresa trata de emular lo que ha hecho su marido, Ruy Goméz, en sintonía con lo que es su política de engrandecimiento de la villa de Pastrada, al apoyar una fundación de ermitaños.
La Madre no se tomó en serio la invitación, la parecía más importante acabar los últimos flecos de la fundación de Toledo que ir a la Villa de Pastrana: «A mi me dio pena, porque tan recién fundado el Monasterio y con contradicción, era mucho peligro dejarle; y ansí me determiné luego á no ir, y se lo dije. Él dijome que no sufría, porque la Princesa estaba ya allá (en Pastrana), y no iba á otra cosa; que era hacerla afrenta. Con todo eso, no me pasaba por el pensamiento de ir; y así le dije que se fuese á comer, y que yo escribiría á la Princesa y se iría». Las monjas de la recién fundación de Toledo tampoco veían bien que se embarcarse en este proyecto de fundación.
Ante la propuesta caprichosa de la princesa y los inconvenientes que ella ve, La Madre, en vez de escribir la carta que había prometido al criado, se va a rezar, a consultarlo con el Señor: «fuíme delante del Santisimo Sacramento para pedir al Señor que escribiese de suerte que no se enojase, porque nos estaba muy mal á causa de comenzar entonces los frailes, y para todo era bueno tener á Ruy Gómez, que tanta cabida tenia con el Rey y con todos, aunque desto no me acuerdo si se me acordaba; mas bien sé que no la quería desgustar. Estando en esto, fuéme dicho por Nuestro Señor que no dejase de ir, que á más iba que á aquella fundación y que llevase la Regla y las Constituciones». No contenta con lo que intuía le pedía el Señor, consultaó la decisión con su confesor, » no hice sino hacer lo que solía en semejantes cosas, que era regirme por el consejo del confesor», que por aquel entonces era el dominico Vicente Barrón, quien le aconsejó fuese a Pastrana. Ante este consejo, la Madre pide al P. Juan de la Magdalena, Prior del Carmen de Toledo, que le designe a uno de sus religiosos para acompañarla en el camino, fue designado para ello el P. Pedro Muriel. Ella llevará consigo a Isabel de San Pablo y a Antonia del Águila
Camino a Pastrana
Sobre el viaje, que no fue directo de Toledo a Pastrana, sino que pasó por Madrid, nos dice la Madre que: «Salí de Toledo segundo día de Pascua de Pentecostés. Era el camino por Madrid».
En Madrid se hospedaron en el convento de Nuestra señora de los Angeles, junto al Alcázar: «Fuimonos a posar, mis compañeras y yo, a un Monesterio de Franciscas con una señora que le hizo y estaba en él, llamada Dª. Leonor Mascareñas, aya que fue del Rey, muy sierva de Nuestro Señor, adonde yo había posado otras veces por algunas ocasiones que se había ofrecido pasar por allí; y siempre me hacia mucha merced». Estuvo en el Convento unos quince días. Y en Madrid visitó a la Princesa Doña Juana, viuda del Príncipe D. Juan de Portugal, hermana del Rey Felipe II, que vivía retirada en el Convento de las Descalzas Reales, fundado por ella, y donde era monja Juana de la Cruz, hermana de San Francisco de Borja, quien como recuerda Ana de Jesús dijo de la madre Teresa: «Bendito sea Dios que nos ha dejado ver á una Santa, á quien todas podemos imitar, que come, duerme y habla como nosotras, y habla sin ceremonias».
Estando la Madre en el monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, le fue presentada por Doña Leonor de Mascareñas, un ermitaño del Tardón en Sierra Morena, Mariano Arazo, que estaba de paso en Madrid camino de Roma, donde iba para conseguir la confirmación de su manera de vivir los ermitaños del Tardón, «que profesaban oración y ejercicios de mano», en la fundación de pretendía llevar a cabo en Pastrana: «Esta señora, Doña Leonor Mascareñas, me dijo que se holgaba viniese á tal tiempo porque estaba allí un ermitaño que me deseaba conocer, y que le parecía que la vida que hacían él y sus compañeros conformaba mucho con nuestra regla. Yo, como tenia sólo dos frailes, vinome el pensamiento que si pudiese que éste lo fuese que sería gran cosa, y ansi le supliqué que procurase que nos hablásemos. El posaba en un aposento que esta señora le tenia dado, con otro hermano mancebo llamado Fr. Juan de la Miseria, gran siervo de Dios y muy simple en las cosas del mundo».
La Madre, que hasta ahora sólo ha utilizado una de las dos licencia concedidas por el Padre Rubeo, General de la Orden, piensa servirse de la segunda, logrando, a través de Don Alvaro de Mendoza, obispo de Avila, el permiso requerido de los Provinciales. Con Estos dos ermitaños, una vez convencidos por la Madre Teresa: «que sin que él se cansase de ir Roma, le daría ella aquella religión confirmada por muchos papas, y entonces les mostró la Regla Primitiva de Nuestra Señora del Carmen», se dará inicio al segundo convento de Descalzos en Pastrana en la ermita del «Señor San Pedro con su palomar para enfermería y ejido para cuevas de cada uno de los religiosos», situados en las afueras de Pastrana que les había sido concedida por el príncipe de Eboli.
La salida de la Madre Teresa de Madrid para Pastrana debió de ser en la segunda mitad del mes de Junio. Fue con las dos compañeras que veían con ella desde Toledo, el Carmelita Pedro Muriel, y Antonia de Brancheil, de origen portugués a quien había conocido en casa de Doña Leonor y que tomará el hábito de Descalzas en Pastrana, llamándose en el Carmelo Beatriz del Sacramento.
De Madrid, y en la carroza de la Princesa de Eboli, fueron a Alcalá, y desde aquí a Guadalajara, en donde existe una tradición según la cual se hospedó en el palacio del Duque del Infantado. Desde Guadalajara, durante cinco leguas, atravesando la Alcarria, llegan a Pastrana, siendo recibida la comitiva de la Madre en el palacio: «Hallé allá a la princesa y al príncipe Ruy Gómez, que me hicieron muy buen acogimiento. Diéronnos un aposento apartado, adonde estuvimos más de lo que yo pensé, porque la casa estaba tan chica, que la princesa la había mandado derrocar mucho de ella y tornar a hacer de nuevo, aunque no las paredes, mas hartas cosas».
Fundación del convento
No fue fácil llevar a cabo la fundación y no por otra razón, sino por los caprichos y el continuo entrometerse de la Princesa en la vida del convento, en lo que hace referencia a la renta y la manutención de las monjas: «Se discute mucho y fuerte en los salones de palacio. La señora amenaza y la Madre insinúa que se vuelve sin fundar». La Madre Teresa hasta estos momentos, en Ávila, Medina, Valladolid y Toledo, había hecho las fundaciones sobre la base de pobreza absoluta, y en Malagón con renta. En Pastrana convino con los príncipes que debían proceder como Doña Luisa de La Cerda había hecho en Malagón. La Princesa, en vez de establecer una renta fija, estaba dispuesta a ayudar a las monjas con limosnas puntuales, a lo que la Madre Teresa se oponía, pues no siendo fijas las limosnas, éstas podían llegar a faltar. Otra de las desavenencias fue el deseo de la princesa en admitir en las Descalzas a la monja Catalina Machuca, agustina del convento de la Humildad de Segovia, a lo que la Madre se oponía debido al estilo de vida distinto al de las descalzas que había llevado. La monja, por consejo del Padre Domingo Bañez, no será admitida. Esto es lo que nos explica la constatación de la Madre: «Se pasaron hartos trabajos, por pedirme algunas cosas la Princesa que no convenían a nuestra religión».
Otro problema serio que preocupó a la Madre en Pastrana fue el que llegó a conocimiento de la Princesa la existencia de la relación que había escrito sobre su vida y quiso hacerse con una copia de la misma. Cuenta Isabel de Santo Domingo que la noticia de la existencia de dicha relación llegó a la princesa por medio de la «monja agustina que vino con la Princesa, que debido a la convivencia con las Descalzas llegó a conocer que «tenía la Madre un libro de las revelaciones que Nuestro Señor la hacía», y a ella le faltó tiempo para comunicárselo a Princesa». La Madre Teresa se resistió todo lo que pudo y no estaba dispuesta a dejarla la relación escrita de su vida, pero, por intercesión del Príncipe, cederá, con la condición que sólo ellos habrían de leerla. La princesa no cumplió con la condición, pues a los pocos días, y al margen de ridiculizar a la Madre, la relación de la vida andaba de mano en mano entre la gente del palacio de los príncipes.
Todo esto disgustó a la Madre: «Y ansí me determiné a venir de allí sin fundar antes que hacerla». Si al fin se hizo la fundación fue debido a la cordura del príncipe Ruy Gómez, que, como reconoce la Madre, «era mucho, y llegado á razón, hizo á su mujer que se allanase».
El Convento, que llevará el nombre de Nuestra Señora del Consuelo, fue inaugurado, el día 23 de Junio de 1569. La inauguración se hizo «con procesión muy solemne de cruces, pendones, reliquias y religiosos, y con grandes congregaciones de gentes y fiestas de danzas y replique de campanas, sigue contando el escribano que levantó acta del acontecimiento que «la dicha Teresa de Jesús, priora y supriora, entraron en el dicho monasterio». Como priora de la comunidad quedó Isabel de Santo Domingo, que había venido con la Madre desde Toledo, y como supriora fue puesta Catalina de la Cruz. Para completar la comunidad hizo venir de Medina a Isabel de San Jerónimo y a Ana de Jesús, y llamó de la Encarnación de Avila a Jerónima de San Agustín. El día 28 de junio se dio licencia para que se pusiese el Santísimo Sacramento y «decir y celebrar Misas y los divinos oficios».
Fundación de los Descalzos
El 9 de julio tuvo lugar en la capilla del palacio de los príncipes la toma de hábito por parte de Mariano Azaro y Juan Narduch. Los hábitos fueron confeccionados por la Madre Teresa: «Yo les aderecé hábitos y capas, y hacía todo lo que podía para que ellos tomasen luego el hábito». El colmo estuvo que el que presidió la ceremonia y dio los hábitos fue fray Baltasar Nieto, religioso carmelitas de Andalucía, condenado por díscolo y rebelde por sus superiores y desterrado de Andalucía por el P. Rubeo, General del Carmen, que andaba por Medina del Campo, y acompañará a las monjas, que la Madre Teresa había pedido a Medina del Campo, hasta Pastrana. Un años después, agosto de 1570, el General dará un decreto por el cual «aquellos religiosos de la provincia Bética que han sido penitenciados por Nosotros como rebeldes a nuestra obediencia y contumaces», la razón que da es que «no sea que todo el rebaño de los Contemplativos vaya a ser corrompido por ellos, pues siempre han andado metidos en riñas y disensiones». Y termina mandan do que «si se hubiere admitido alguno de esos sujetos mencionados, inmediatamente, recibidas estas letras, sean expulsados».
Tanto Mariano Azzaro, como Juan Narduch, tomaron el hábito para legos: «tampoco el padre Mariano quiso ser de misa, sino entrar para ser el menor de todos, ni yo lo pude acabar con él». El 13 de julio, desde el Palacio de los duques, donde se formó el cortejo, en el que formaban los duques y lo más escogido de la Villa, bajaron en procesión, pasando por el convento de las Descalzas, hasta la ermita de San Pedro, donde quedó expuesto el Santísimo y con ello fundado el segundo convento de Carmelitas Descalzos que llevará el nombre de San Pedro. Debido a las dificultades con la Princesa y a sus veleidades, la Madre Teresa «tenía más deseo de que se hiciese el monasterio de frailes que el de las monjas, por entender lo mucho que importaba».
Salida de Pastrana
Acabada la fundación, y después de los quebraderos de cabeza que la produjeron los caprichos de la princesa, la Madre Teresa tenía prisa por volver a Toledo, a acabar con la compra de la casa donde dejar asentadas a sus Descalzas.
Antes de partir de Pastrana, y conociendo las veleidades de la Princesa y su deseo de entrometerse en la vida de las Descalzas, pidió a las monjas que todo lo que recibiesen de los príncipes, «así en alhajas como en otras cosas, grandes o pequeñas», quedase anotado «con día y mes y años y firma de la priora».
Por fin, partió de Pastrana acompañada por Isabel de San Pedro, fue un viaje de 20 leguas por el camino de Barcelona a Toledo. Cuenta la Vida de Isabel de Santo Domingo, que en el viaje de vuelta a Toledo a la Madre Teresa le sucio algo curioso: «Partiendo de Pastrana a Toledo, dióla la Princesa de Éboli un coche en que viniese; y cuando llegó, vióla un clérigo que estaba loco, y fuese al Convento, y llamóla y dijola: «¿Vos sois la Santa, que engañáis al mundo y os andáis en coche?» Y á esto añadió todo lo que le venía á la boca. La Madre, no sabiendo que era loco, le oyó con mucha humildad sin disculparse; y hablando con un siervo de Dios, dijo: «No hay quien me diga mis faltas sino éste». Y aunque le dijeron á la Santa que aquel hombre tenía falta de juicio, quedó desde entonces tan mal con los coches, que, aunque señoras principales se los daban, no quería ir en ellos, sino hacía que la buscasen un carro de los comunes».
Luis J. F. Frontela
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